“No me voy a vacunar porque dicen que provoca infertilidad”, “No aceptaré la vacuna de Covid-19 porque leí que altera el ADN” o “Es insegura, prefiero no vacunarme” son algunos comentarios que se han propagado rápidamente en contraste al lento avance de la estrategia de vacunación contra el virus SARS-CoV-2 en México.
En septiembre de 2020, el propio Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres, advirtió que “hasta la vacuna contra la Covid-19 más efectiva fallaría si la población no confía en ella por la desinformación”. Tan sólo seis meses después de esa declaración, nos enfrentamos a una avalancha de noticias falsas, a las que se suman el movimiento antivacunas.
Si bien, se cuenta con libertad para decidir vacunarse o no, rechazar la inmunización tiene un costo alto para toda la sociedad sobre todo cuando nos encontramos en medio de la pandemia y que la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que más de dos tercios de la población deberán estar vacunada para alcanzar la inmunidad colectiva y detener la Covid-19.
Para alcanzar el objetivo se tienen que superar algunos retos, entre ellos, las narrativas que emplean el movimiento antivacunas sobre teorías de conspiración que involucran a los gobiernos, las grandes empresas farmacéuticas y hasta los medios de comunicación. Basta con colocar mensajes como “comparte antes de que lo borren” o “de lo que no quieren que te enteres sobre la vacuna” para que esos contenidos se hagan virales y confundan a la población.
El movimiento antivacunas surgió en 1998 cuando el médico británico Andrew Wakfield publicó un estudio en el que aseguraba que la vacuna triple viral (sarampión, paperas y rubéola) estaba asociada a la aparición de autismo en la niñez; y aunque el científico fue cesado por falsificar datos, agrupaciones en todo el mundo retoman ese artículo fraudulento como argumento y su influencia ha sido tal, que ha causado brotes de enfermedades como el sarampión en regiones donde estaba contralado.
De acuerdo con la OMS, las vacunas salvan la vida de hasta seis millones de personas cada año y ha sido la mejor estrategia frente algunas enfermedades como la viruela que a través de la inmunización colectiva por vacunación, fue declarada como erradicada del planeta en 1979; en tanto, hay otros padecimientos como la rubéola, la poliomielitis, la difteria, el tétanos y el sarampión que han sido eliminados de muchas regiones del mundo.
Ante este panorama, los gobiernos deben privilegiar la comunicación, la transparencia y el rigor en sus estrategias de vacunación para generar confianza entre la población y que ésta cuente con la información necesaria basada en evidencia científica para poder decidir de manera libre.
Sin embargo, detener la infodemia es responsabilidad de toda la sociedad, por ello debe informarse únicamente a través de fuentes oficiales, consultar dos o tres fuentes sobre un tema de interés y evitar propagar contenidos sobre los que no se tenga certeza.
En estos últimos meses se ha insistido en que cuando una persona se vacuna también protege a quienes la rodean, así que aunque no estemos en los grupos de población que recibirán primero la inmunización, colaboraremos para que la desinformación no frene la efectividad de la estrategia que busca poner fin a esta contingencia sanitaria.
Fuentes: