Termina sexenio AMLO como empezó

 Termina sexenio AMLO como empezó

Desde su formación el Sistema Político Mexicano ha descansado en tres figuras centrales: un presidente fuerte; un partido dominante que lo sostiene y un sometimiento de los otros poderes, cuando el partido y el presidente aumentan su cuota de poder.  Dicha caracterización habría que agregarle una sociedad que en palabras de Jesús Silva-Herzog Márquez es; “pedinche, quejinche y poco participativa”.

Efectivamente, solemos quejarnos de todo, pedir que otros solucionen nuestros problemas y participamos muy poco en la vida política de nuestro país. Para los que venimos de la historia vieja del priismo hegemónico, lo que hoy sucede tiene un cierto Deja Vú, pero no es lo mismo. Me explico:

Primero. El presidente Andrés Manuel López Obrador, está terminando su sexenio como lo comenzó; apostando a cambios sensacionalistas y de baja eficiencia estructural, pero enorme popularidad. El suyo es un gobierno popular, “el gobierno del pueblo y para el pueblo”, suele repetir en sus discursos improvisados. Para Sartori, “la democracia es “[…] el gobierno o el poder del pueblo”.

Sin embargo, en términos concretos, la palabra “pueblo” expresa realidades muy diversas. Sartori identifica seis referentes distintos de la palabra en el lenguaje político: todo el mundo, gran número de individuos, clase baja, totalidad orgánica, mayoría absoluta y mayoría limitada. Cada uno de ellos implica una definición distinta de la democracia como sistema de gobierno”. (consulta-popular-y-democracia-directa-jean-francois-prud-homme.pdf (iepcjalisco.org.mx)

En síntesis, advierte la lógica del cambio propuesto para reformar al poder judicial, Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno” (art 39 constitucional). Sin embargo, la lógica del cambio parece más producto de una acelerada mayoría que de una concienzuda discusión, análisis y propuesta. Lo que apreciamos es que el presidente juega con todo el poder acumulado, para dejarle una tarea a su sucesora, que bien a bien, no sabe aún como le resultará. 

Segundo. Nuestra clase política tiene una reserva de genuflexión y dependencia del Poder Ejecutivo proverbial y lastimosa. Frases como “no se le cambia ni una coma” o la de “somos soldados del presidente”, denotan una cultura política de profundo respeto al presidencialismo omnímodo tan acendrado en los actores políticos en el poder y no podría ser de otra forma, cuando la lógica de los incentivos proviene del hiperpersonalismo presidencial más que de procedimientos democráticos.

Así, la combinación de mayorías legislativas con predominio territorial en los tres ámbitos de gobierno y un titular del ejecutivo, sólido y popular, nos remiten al pasado priista, pero no es lo mismo, por más que se le parezca. La vieja estructura autoritaria del pasado ha sido reemplazada por el culto a la personalidad, los líderes seccionales y otras formas de organización territorial propias del priiato, ya no son el eje de la movilización social de la 4T. Incluso la propia mecánica clientelar paso definitivamente del partido al gobierno. Se trata de una estructura vertical eficiente y muy rentable, porque evita la proliferación de cuerpos representativos y opera con un solo censo, el de los siervos de la nación. 

Tercero. Frente a transformación evidente de nuestro sistema político, las categorías de análisis provenientes de la democracia consensual, la pluralidad y el gobierno por consenso, ha sido erradicada por una “disputa por la hegemonía” (Chantal Mouffe) que se basa en el agonismo, que deja atrás la idea del consenso como bien superior de la democracia y lo actualiza en el conflicto permanente en las sociedades, de ahí su principal línea de argumentación.

La política es concebida, más bien, como un ámbito de disputas ontológicamente ingobernables que solo se disuelven, temporal y precariamente, con la implantación de un orden social o hegemonía que es capaz sofocar o, en el mejor de los casos, integrar políticamente los conflictos.

Persistir en la idea de la política como un espacio de discusión de desencuentros racionales o de comunicación no solo es presentado como un error conceptual, sino también político. Acelerar el conflicto, es en dicha dinámica, el centro de la articulación de lo político, como expresión de las fuerzas que buscan constituir una nueva mayoría.

La oposición y buena parte de la comentocracia, sigue utilizando las argumentaciones del modelo de la democracia liberal de carácter consensual, cuando lo que sucede en nuestras narices, es resultado de un profundo conflicto que proviene de la enorme desigualdad social que alimenta el descontento y constituye la fuerza vital del cambio. 

Juan Carlos Villareal Martínez

http://marcajelegislativo.com

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