En el siglo pasado la identidad de las juventudes estuvo marcada por la frase célebre del mártir chileno de la democracia: “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”; al grado que se vinculaba directamente con actos violentos y antisistémicos a lxs jóvenes que buscaban el bienestar social o el beneficio colectivo.
Con esta idea de revolución surgieron grandes movimientos sociales encabezados por la energía juvenil que ante la confrontación y rebeldía cobraron cientos de vidas sin lograr por completo los objetivos ideológicos que les dieron vida: justicia, paz y libertad. Lo que sí lograron fue adoctrinar a varias generaciones que aunque progresivamente dejaron de profesar la violencia revolucionaria, continuaron con el paradigma de que el sistema era del todo malo y que la única solución real consistía en destruirlo por completo.
De esta filosofía surgieron las y los caudillos, las figuras mesiánicas que prometen todo pero, regularmente, logran nada. Personajes que fundamentan su discurso, popularidad e influencia tanto en el odio como en la violencia, que por décadas ha sido sembrada en las mentes mexicanas, en lugar del fomento creativo a la acción y al trabajo colectivo, que es la transformación que necesitamos hoy.
¡Necesitamos evolucionar! ¡Transicionar y avanzar! Recordar con honra y gratitud la época revolucionaria; celebrando lo ganado, considerando lo fallido pero con una nueva voluntad de renovar nuestras mentes para conseguir el sueño de todas las épocas: un México mejor, uno para todxs.
Hoy nuestro país no necesita revolucionarixs, ni que la energía de las juventudes sea volcada sobre movimientos agresivos y violentos; a México le vendrían bien reformistas. Jóvenes que aboguen por el cambio social que facilite el progreso, la igualdad y la prosperidad de lxs ciudadanos de su país, pero de manera consensuada y tras la deliberación de las fuerzas políticas encargadas de desarrollar e implementar dichas reformas. En otras palabras, que apoyen los cambios siempre que estos sean estructurados, ordenados y mediante reformas previamente acordadas por las distintas fuerzas políticas, sociales y los expertos en la materia.