En todo México hay una máxima que impera en la voluntad política y es “primero los pobres”. Esto ha hecho que las cifras de personas en situación de pobreza disminuyan considerablemente de manera histórica, por lo tanto, si la teoría es correcta, en el país hay más progreso que nunca, menos inseguridad y mejor calidad de vida. La pregunta en cuestión es ¿esto es así?
Todo indica, o al menos estadísticamente así es, que en México hay menos pobres, pero ¿acaso hay menos pobreza?
Por la noche leía un antiguo libro que postula que un gobernante que oprime a los pobres es como fuerte lluvia que destruye los cultivos. Pero ¿cómo podría un gobierno que invierte tanto en los pobres destruirlos al mismo tiempo?
El proverbio citado no solo es sabio sino también sumamente profundo. La alegoría sobre la lluvia y la siembra ejemplifica detalladamente lo que está sucediendo. Aunque un cultivo verdaderamente necesita agua, si esta resulta ser más de la apropiada, inunda y destruye casi definitivamente la cosecha.
Hablando de agua podemos relacionarla con la inversión, específicamente dinero. Depositar dinero en abundancia sobre la población en pobreza es necesario, pero hacerlo extrema y obscenamente puede destruirlos. ¿Por qué? Porque la pobreza no es solo la carencia de recursos financieros sino de manera más compleja es carencia de oportunidades. En este sentido, además de las transferencias nominales directas (temporales) se requiere objetiva y holística inversión social en diferentes sistemas: alimenticio, productividad, salud pública, infraestructura social y encadenamientos locales.
“Primero los pobres” arrancó bien, pero necesita evolucionar con urgencia antes de que inunde y destruya a quienes pretende ayudar. Es de suma importancia transitar progresivamente de programas de asistencia directa a programas de desarrollo integral que contemplen la capacitación, los sistemas cooperativos productivos, las comunidades encadenadas y progreso productivo que se transforme en verdadero bienestar para todas y todos.