La democracia mexicana no se construyó de la noche a la mañana, ni es una obra terminada. Se trata de un proceso vivo que se sostiene día a día en instituciones que garantizan derechos, organizan elecciones y generan confianza pública. Entre ellas, los Organismos Públicos Locales Electorales (OPLES) constituyen uno de los pilares menos valorados y, paradójicamente, más relevantes en el diseño federal del Estado mexicano. Crearlos, en 2014, no fue un accidente histórico; fue una respuesta institucional para fortalecer el vínculo entre ciudadanía y poder público desde los territorios.
Los OPLES no solo organizan elecciones. Son mediadores entre la vida política y la vida social: escuchan tensiones comunitarias, acompañan la participación ciudadana y reconocen las identidades locales de México, un país heterogéneo y profundamente plural. Como se ha señalado desde la reflexión académica, los OPLES son espacios de proximidad institucional, donde la democracia se vive no como concepto abstracto, sino como práctica cotidiana.
La Constitución es clara. El artículo 41 establece que la organización de elecciones es una función estatal que se ejerce a través del Instituto Nacional Electoral (INE) y de los OPLES, no de uno solo. Esa dualidad responde a nuestra forma de Estado: México es una federación, no una administración centralizada. Eliminar a los OPLES bajo el argumento de la eficiencia sería desconocer el artículo 116 constitucional, que reconoce la autonomía política y organizativa de las entidades federativas. Desaparecerlos implicaría un retroceso democrático, una regresión federalista que trasladaría toda la operación electoral al centro del país, desconociendo la diversidad histórica, cultural y política de regiones, municipios y comunidades.
Se discute hoy si los OPLES deben desaparecer en nombre de la “austeridad” o de la “simplificación administrativa”. Sin embargo, detrás de esa premisa aparentemente técnica se esconde una pregunta de fondo: ¿Debe la democracia estar cerca de la gente o debe administrarse desde lejos? Si los OPLES desaparecieran:
- La ciudadanía perdería canales inmediatos de atención, denuncia y acompañamiento.
 - Las comunidades indígenas verían debilitada la defensa de sus sistemas normativos internos.
 - Las mujeres enfrentarían mayores obstáculos para exigir paridad sustantiva en candidaturas locales.
 - La participación ciudadana dejaría de tener articulación territorial.
 - El INE absorbería tareas operativas que hoy se sostienen gracias al conocimiento local de las realidades políticas.
 
No es un tema de dinero. Es un tema de cercanía, legitimidad y estabilidad política. Es importante conocer las aportaciones que han realizado los OPLES a la democracia mexicana:
Confianza electoral: Desde 2014 han organizado elecciones locales ordinarias y extraordinarias con niveles consistentes de certeza, validación judicial y alternancia política pacífica.
Inclusión y ampliación de derechos: Fueron los OPLES quienes, en los hechos, convirtieron la paridad de género en realidad municipal y legislativa. También han impulsado acciones afirmativas para personas indígenas, juventudes, personas con discapacidad y población LGBTIQ+.
Profesionalización del servicio público electoral: Los OPLES cuentan con funcionarias y funcionarios especializados y de carrera, cuya experiencia territorial no puede ser reemplazada por una operación remota desde la capital.
Innovación electoral y participación cívica: Desde ejercicios piloto de voto electrónico hasta observatorios ciudadanos y educación cívica comunitaria, los OPLES han demostrado que la democracia evoluciona desde lo local, no solo desde las élites gubernamentales.
Otra pregunta importante que hay que hacer es: ¿realmente habría ahorro si los OPLES desaparecen? Los análisis comparativos muestran que centralizar no necesariamente reduce costos, porque las operaciones territoriales deben mantenerse. Las casillas no se instalan desde oficinas federales, se instalan en comunidades, barrios y colonias. Los mismos procesos tendrían que realizarse, pero ahora sin instituciones locales que conocen sus contextos.
Defender a los OPLES, es defender la democracia que se vive, no solo la que se escribe. Quien ha estado en un consejo distrital, una mesa de capacitación o una sesión de cómputo sabe que la democracia local no está hecha de discursos, sino de trabajo humano, técnico y ético. Por ello, desaparecer a los OPLES sería: debilitar el federalismo; restar legitimidad a los procesos electorales; y alejar al Estado de la sociedad. Por el contrario, lo que corresponde es fortalecerlos, no desmantelarlos, y ello se puede lograr: garantizando presupuestos suficientes; blindando su independencia ante presiones políticas locales; profundizando su profesionalización y vocación ciudadana.
En conclusión, los OPLES son el rostro cercano de la democracia mexicana. Su valor no reside únicamente en organizar elecciones, sino en sostener el tejido institucional que permite que la ciudadanía confíe en que su voto cuenta y su voz importa.
México no necesita menos democracia local, sino más. Por eso, frente al debate actual, la postura es clara y fundada: los OPLES deben permanecer y fortalecerse; desaparecerlos sería una regresión democrática para el país. Esta decisión se encuentra ahora en manos de nuestras y nuestros legisladores, quienes tienen la responsabilidad histórica de velar por una democracia que no retroceda, sino que se consolide y madure. La ciudadanía merece un México donde la participación sea más amplia, donde la representación sea más justa y donde las instituciones respondan a la realidad del territorio. Para lograrlo, las reformas deben orientarse a beneficiar a las personas y fortalecer al Estado, no a debilitar los espacios de participación que se han construido con años de esfuerzo institucional. México necesita reformas que sumen, que escuchen y que reconozcan que la democracia se sostiene desde lo local. Porque fortalecer a los OPLES es fortalecer al país.