Por un sistema de cuidados como mecanismo de igualdad
La sociedad moderna tiene como una de sus principales características la velocidad, y el progreso tecnológico es su principal motivación, en su libro Esclavos del tiempo (2020), la socióloga australiana Judy Wajcman señala que “las tecnologías han condensado espectacularmente las distancias temporales y espaciales” y esto ha provocado que el rimo de vida, los cambios económicos y culturales sean más rápidos que en épocas pasadas.
La tecnología nos abre paso a una conectividad constante que nos mantiene ocupados e informados; pero también nos sumerge en una rutina de velocidad e inmediatez que fácilmente se puede salir de control, que se traduce en desequilibrios personales y profesionales que atentan con el sano desarrollo de las personas, especialmente de quienes pertenecen a grupos vulnerables.
Parte de la concepción de libertad del individuo implica la capacidad de disponer de su propio tiempo, capacidad que a su vez, fluctúa de acuerdo con factores como recursos económicos, acceso a oportunidades laborales, necesidad de recibir u otorgar cuidados, acceso a servicios básicos o pertenecer a un sector social en condición de vulnerabilidad.
De acuerdo con Wajcman (2020), las personas con mayor “autonomía temporal” son quienes tienen menos restricciones o actividades que le impidan disponer de su tiempo para ocio o esparcimiento; mientras que quienes tienen menos posibilidades de distribuirlo se encuentran más “esclavizados”; esta notable disparidad mantiene abiertas brechas económicas y de género, que han convertido el tiempo en un lujo y al mismo tiempo en una nueva forma de pobreza que amenaza el bienestar integral de las personas.
El trabajo doméstico y de cuidados representa una inversión de tiempo enorme que no hace mucho empezó a ser visibilizada y legislada, sin embargo, en México los esfuerzos no han sido suficientes para cerrar la abismal estadística, que de acuerdo con la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC, 2022), en promedio las mujeres dedican 48 horas a la semana a las labores domésticas y las tareas de cuidados a otros integrantes del hogar, mientras que los hombres destinan únicamente 21.8 horas a la semana a estas mismas actividades.
Esta discrepancia en la distribución del tiempo precariza con especial ímpetu a las mujeres, sobre quienes históricamente han recaído obligaciones morales de cuidado y crianza, aun cuando estas no tengan el deseo de hacerlo, pues se ha impuesto como parte de su valor como personas y como medida de amor hacia la familia.
Adicionalmente a los estereotipos y roles de género, la corresponsabilidad en el hogar, incluso cuando la mujer cuenta con un empleo, no es equitativo, y se ve reforzado con la falta de permisos y licencias equitativas para hombres y mujeres, ejemplo claro son los días otorgados por paternidad, que, de acuerdo con la Ley Federal de Trabajo es únicamente por 5 días, incrementado la creencia de que la crianza es un trabajo que debe ser realizado mayormente por las mujeres.
La creación de un Sistema de Cuidados en México ya se encuentra sobre la mesa, aunque es un camino largo y un cambio paulatino que implica la creación de políticas públicas que garanticen el derecho a ser cuidados, así como la protección de los derechos de las personas cuidadoras; instaurarlo coadyuvará en gran medida a cerrar la brecha que impide a las mujeres distribuir su tiempo de acuerdo a sus necesidades de desarrollo profesional, personal, físico y emocional, permitiéndoles alcanzar su bienestar integral.